Finalmente, después de haber hecho los deberes anteriores y haber encontrado respuestas a las dos preguntas previas, viene, como dice un amigo mío, cuando hay que hablar con el padre de la chica.
Definir el proceso del cambio es tan esencial como convencer de que hay que cambiar o indicar a donde hay que llegar. La diferencia se encuentra en que hay mucha más literatura sobre cómo hacerlo posible en la teoría, que herramientas y experiencias prácticas.
No quiero caer en los tópicos de la gestión por procesos, de los sistemas de evaluación y remuneración, de la innovación y del contacto con el cliente. Todos ellos, no por ser tópicos, dejan de ser ciertos y útiles. Simplemente lo son. Nosotros los empleamos en mayor o menor medida y de acuerdo a la receta que cada situación exija. Y ese si es el cómo real.
Saber manejar las técnicas es relativamente fácil. Y, en el peor de los casos, si no se sabe se busca a quien sepa. Lo realmente difícil es planificar cómo emplearlas, en qué orden, con qué intensidad, cómo adaptarlas manteniendo, o incluso, violando sus principios. Y digo esto último, porque no podemos perder de vista que lo que buscamos es el cambio y, muy frecuentemente, es un camino que se va diseñando mientras se transita, por lo que no debemos dar nada por sentado hasta que no haya demostrado su eficacia.
No sabría decir cual de las tres respuestas es más importante. Supongo que porque además de un ejercicio sin solución es una simplificación inútil. Son todas ellas las que hay que trabajar. Si tuviera que poner el acento sobre una parte del proceso, sin dudar sería en cómo se ajustan las respuestas. Si hay un secreto del éxito del cambio posiblemente sea ese. Ajuste.
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